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7 jul 2018

EL POEMA DE NEWTON




Isaac Newton publicó en 1687 su libro Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. El gran genio inglés estaba muy equivocado. Pensaba que había escrito un ensayo matemático, cuando en realidad había concebido otro libro de poemas de amor. Eso sí, no podemos negar que se trata de unos de los poemarios de amor más contundentes, apenas por debajo de El Cantar de Los Cantares y el Majabhárata. Es algo complicado resumir el texto. Digamos, pues, lo esencial de su elaborada argumentación. Newton afirmó que la fuerza con que se atraen dos cuerpos de diferente masa solamente depende del valor de sus masas y del cuadrado de la distancia que los separa. Para grandes distancias, tal fuerza obra de forma aproximada a si la masa de los dos cuerpos estuviese concentrada en su centro de gravedad, un punto fijo. Algo  acaso equivalente al corazón de los humanos.

Crero que ya es hora de decirlo sin mirada alucinada y en tiempo real. Las Leyes de Kepler, los trabajos de Hooke, la Teoría de Einstein, las paradojas, contraparadojas, postulados y corolarios de otros tantos científicos, no son más que eso: poemarios de amor disfrazados de tesis matemáticas y físicas. No obstante, hay que ver que los matemáticos puros desprecian abiertamente la poesía, del mismo modo que los buenos poetas miran con horror verdadero los libros y cuadernos de matemáticas. Esto no es más que soberbia ladina de iniciados, vanidad de prestidigitadores de feria, supremo error de semidioses en busca de su propia definición.

La verdad es otra, como siempre, muy distinta a la que creemos captar con nuestros planos sentidos. Poetas y matemáticos son naranjas de un mismo costal, criaturas de sangres paralelas. Casi podría citar ya mismo a Pitágoras de Samos, pero no. Mejor así. Mejor darme el lujo de compartir este misterio a medias. En esta precisa línea es necesario señalar que, aunque se comporten como campos excluyentes y apáticos, el arte y la ciencia comparten una misma manera de ver el mundo. Los polos opuestos se atraen. Esto para no entrar en los terrenos, cada vez más sugestivos y literarios, de la geometría. Esto es, del número áureo. En otras palabras, la razón dorada, la proporcionalidad divina. Algo acaso equivalente al sexo de los humanos.