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25 mar 2014

PREPAGO EN CRISIS


Me dice mi amiga que está pasando por el peor momento de su carrera laboral. Recién la conocí, me confesó que estaba quemando gran cantidad de adrenalina. Concretamente, cuando llegaba al lugar de la cita. No sabía si la estaban expiando a través de una cámara, si el cliente era un compañero de la universidad o un medio hermano. No sabía si la esperaba un ejecutivo, un obrero, un sicario en la víspera o un aberrado sexual. Llegaba entonces ese instante decisivo en que le veía la cara de frente y se dejaba ver la cara. Luego todo seguía conforme el protocolo esperado, la puerta abierta de la alcoba, las sábanas más o menos planchadas, el sonido de fondo del televisor. 

Mi amiga fue perdiendo la castidad. Empezó a hacer entre seis y nueve servicios al día. Sin medir antojos, hizo despedidas de solteros y solteras, regalos del día de San Valentín, y hasta un trío con una antigua jefa de trabajo, de los tiempos del juzgado penal del circuito. Me cuenta, sin embargo, que ha empezado a vivir una terrible crisis. Padece, hace unas semanas, de una especie de enfermedad ocupacional. Su E.P.S. no ha podido hacer gran cosa. Los esfuerzos de los galenos de turno resultaron verdaderamente inútiles. Se limitaron a decirle que estaba jugando demasiado con su profesión y que la empresa administradora de riesgos profesionales (ARP) a la cual ella está afiliada, no dispone de cobertura ni procedimientos clínicos para estos casos. 

La pobre chica no sabe qué hacer. Por lo pronto, en sus horas libres, está tomando una terapia por horas, muy cara, para redescubrir uno a uno los músculos de su vagina, para recuperar la sensibilidad de las redes nerviosas y volver a tener algo siquiera parecido a un orgasmo. Sonríe y me mira, entre preocupada y recelosa, entre graciosa y coqueta, desde la niebla plateada de sus pausados demonios interiores. Le digo, mientras acabo de desnudarla, que a estas alturas de la vida va a tener que contratar un buen sicólogo o sicóloga... ¡Prepago, para más señas!