Vistas de página en total

25 abr 2011

PORNO PARA DUMMIES



¡Luces, cámara, acción! Desde Garganta Profunda hasta María Magdalena, el porno rasguña una categoria estética. La piel se hace fuego que alumbra patios interiores. Los carbones fálicos, la caverna dispuesta a soportar más calor. Allí no hay discurso humano, si acaso aleaciones de sudores, riffs de la sangre metida debajo de las uñas. Todos hemos curado esa ansiedad, mirando porno. Nacho Vidal siguió con su oficio de repartidor de pizza. La Ciciollina no acaba de rememorar sus mejores polvos en Hamburgo.

El porno es una plegaria oscura en nombre de un dios que todavía desconocemos. Ni Huxley ni Cioran ni Susan Sontag se pronunciaron acerca de sus manifestaciones. Angelina Crow, Michelle Wild, Jennifer Stone tienen mucho más que decir, sin necesidad de pronunciar palabra alguna. Ellas van más allá de la gramática y de la sintáxis, de la fonética y de la pragmática. Son así de sencillos, aunque no simples, sus exhaustivos libretos. Nada más que presencia de la carne en la extensión de la palabra, vista con los ojos de la carne, detrás de la lente maravillada de la cámara.  

Es así que acudimos al porno para santificar los días en blanco del desempleo. Para abrigarnos mejor a solas en largas noches de lluvia. Para salirnos de la rutina de las camas bien tendidas, de los diálogos aprendidos, de los ángulos permisibles. Y así, para combatir el trauma de la hora pico de las efervescentes feromonas, una vez más acudimos a sus demonios, que en realidad sólo son legiones de ángeles sin memoria. Navegamos en sus aguas reflejas. Volvemos a ser lo que somos, animales atrapados en las costuras de las más bajas pasiones. Después recobramos la mirada limpia. Esta suerte de conciencia ciudadana, de criterio ilustrado, de sadismo de uñas cortas. Volvemos a la compostura de los buenos días, las buenas noches, etc.