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25 jun 2013

SAN ROBERT SMITH




Noche de abril con lluvia. Día 19. Finalmente vimos a The Cure en Bogotá. Humos y luces envolvían el escenario. Sus distorsiones, sus pálidas caras de cadáveres magníficos en huelga de gusanos. Hoy sus letras me recuerdan que he vivido como un fantasma entre fantasmas que viven como hombres, para mejor recordar a Fayad Jamís. También me inducen a buscar palabras distintas para definir el color negro ante las cegueras de la luz. Y definir, de paso, el envés de las plumas de los cuervos, las románicas cruces desmigajadas, las alas rotas de los ángeles de los viejos cementerios. Hoy no encuentro palabras para definir la obra de Smith. Sus acordes y formas soplan, giran elípticamente como la brisa en los nidos de las lechuzas a punto de morir.

Estos tipos vinieron, tocaron 4 horas y se marcharon a paso vertiginoso. Sin lugar a dudas que nos dejaron una nube de melancolía, de polvo de crisálidas de escarabajos dorados. Una mujer gótica me dice que ahora Robert no tiene salida. O se inventa otro álbum o se suicida cortándose las venas en una noche oscura, rodeado de las olas del mar de Los Sargazos. Todavía recuerdo que en mi infancia pensar en ver a The Cure en Colombia era el equivalente a ver al Hombre Araña haciendo el amor con la madre Teresa de Calcuta. Una aberración de las que escandalizan. 

Hoy, el hecho de haberlos visto por primera vez sigue siendo un sueño borroso, un sonido con ecos de muertes de bebés góticos tardíos. Ahora soy otro, vivo la nostalgia del presente. Ahora que las cenizas del cadáver de mi padre me dan la tranquilidad de saber que estoy muerto en vida. Lo suficiente para silbar Desintegration, después de hacer el amor con Camila, de través en la cama, todavía sintiendo retumbar en mi cabeza la voz agridulce de Robert Smith. San Robert Smith, ahora que está de moda canonizar a todo el mundo, como resultado de sus sospechosos actos curativos.