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16 jul 2013

GÉNERO NEUTRO


En mi época había hombres y mujeres. En grado menor, homosexuales. En grado menor, bisexuales. También estaban las lesbianas, las marimachos, las herederas de la lira más bien desafinada de Safo. Y si había géneros intermedios, al menos no había palabras para nombrarlos. Lo que sí recuerdo perfectamente es que me gustaban las mujeres. No me disgustaba el resto. De todo hay en la viña del Señor. Hoy las cosas han cambiado. Uno siente ya demasiadas tendencias. Basta darse una vuelta por el barrio de tolerancia a las seis de la tarde. Se ven locas, maricas, travestis de dos metros como flotando en mantequilla. Tropeles de personajes de carne y hueso, que parecen salidos de una página perdida de la mitología griega o de las pesadillas de un inaudito E. A. Poe de El Castro, en San Francisco.

No son mujeres, no son hombres. Tienen sexo de hombre, tienen sexo de mujer, no son lo uno ni lo otro. Tampoco lo otro. Menos lo otro. Hoy me entero que existe el género neutro. Alguien se operó de buena fe y despertó una mañana con deseos de hacer el amor. De repente supo que estaba en el cuerpo equivocado y con la persona equivocada, en un lugar equivocado y con la lujuria rebotada. Por eso no me sorprende mucho la decisión de un tipo de 52 años de demandar al Estado de Nueva Gales del Sur. Argumentó que se encontraba en un callejón sin salida, que era un anarquista andrógino, que las píldoras hormonales no le obraron efecto. En Colombia, sin duda alguna se le hubiera echado la culpa al viejo gordo de la droguería de la esquina. 

Allá se hizo justicia, sin más dramatizaciones. No basta con no tener género. Es preciso tener un adjetivo para todos los efectos civiles. Norrie May Welby es orgullosamente neutro, pues el sexo ya no es binario. En adelante, el dichoso espécimen se podrá registrar como de "sexo no especificado". Los transgeneristas arrepentidos tienen una oportunidad de oro, también los criminales que huyen de la justicia y cruzan fronteras a medianoche. En cuanto a mi respecta, creo ya es suficiente. Las medidas estatales han llegado demasiado lejos. Me siguen gustando las mujeres chapadas a la antigua, las de tetas y vagina, tal como mi abuela o mi madre. El sabio refrán dice que a quien anda entre la miel algo se le prende. Eso me preocupa. Un amigo antropólogo me dice que hoy todos reconocemos algo, algo de transgénero en nosotros, al menos en nuestra manera de ver un buen par de tetas, un buen trasero, unas buenas piernas cruzando las avenidas de la niebla.