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25 jul 2011

UNA ÑERA LLAMADA AMY WINEHOUSE



Hay mujeres horriblemente hermosas. Uno las mira, pero no las quiere poseer. Amy era una de ellas. Me impresionaban sus orejas de elfo, su sonrisa incompleta, su cicatriz de la ceja partida. Todas esas verdades callejeras en un solo rostro. Karmas tan bien asumidos. Y esos tatuajes grabados sobre una piel que nunca dejó de enflaquecer. Debo decir que sus presentaciones me obligaban a tener sueños raros, mitad pesadilla, mitad ensueño. Nunca logré descifrar el código de otra belleza. Belleza que, como en Rilke, se ubica en el peldaño anterior a lo terrible.

Ahora no me cabe menor duda. Amy confirma a la perfección la teoría de que las reglas se hicieron para ser violadas. Sin proponérselo, hizo suya esa frase de Iris: "Cuando no estoy drogada, no tengo a donde ir". Desde muy temprano supo que las musas no eran tan frecuentes con los humanos. Se hundió llevada por el peso de sus anillos de grandes piedras de colores. Se marchó a otro escenario con su intolerancia tan cierta y tan honesta. Hoy el mundo no llora la muerte de otro maniquí. Acaso la inexistencia de una forma de la disipación. Porque no era la diva, la estrella, la celebridad, sino la drogadicta con voz de contralto y facciones de puta enardecida por la música de las esferas.