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13 jun 2015

VOYERISMO


Soy voyerista. No me da pena confesarlo, todavía con mis gafas puestas de 3D. Cuando se es joven, a uno no le choca que lo miren haciendo el amor. Le sobran feromonas. Le salen por los ojos y las orejas. Le escurren por las pestañas, los pómulos, el cuello y el filo de las uñas. Nadie parece darse cuenta, y a uno eso le duele en el alma. Quisiera decirle al mundo que es el más potente, el de mayor extensión y capacidad de penetración viril. En ese tiempo maravilloso, uno sueña con ser un exhibicionista, de aquellos de las películas suecas.

Cuando uno envejece las cosas cambian. Las feromonas se diluyen en el interior de la piel. Los demonios del cuerpo se aburren, bostezan como locos, como poseídos por bastardos silencios angelicales. Se marchan a buscar mejores destinos, en medio de los jovenes que apenas despiertan. Uno de viejo hace el amor con más imaginación y fantasía, pero con menos cuerpo. Los huesos tienen menos calcio, los músculos han ganado en ácido láctico de viejas cosechas. No es que se ponga como los viejos vinos o los viejos quesos, sino como los viejos verdes. Tampoco es casualidad que esta parafilia se repita mucho más en hombres que en mujeres.

Con el paso de los años uno hace el sexo, es verdad, si bien ya empieza a reconocer que otros lo hacen mejor, con más magia y más legiones de feromonas revueltas. Cuando se pone a mirar pornografía, uno se detiene como alelado en el fuego de la cópula de las parejas. Ya no busca chicas solas, masturbándose a solas. Quiere ver acción, en su inacción. Se siente parecido a los curas de los conventos de clausura que distraen las tardes de domingo mirando viejas películas de vaqueros.

Espiar a los demás, al menos en 3D o por videochat, ya no es una aberración. Es una posibilidad apenas real, ahora que todo el mundo se ha concentrado en tirar, tirar y tirar, mientras el mundo hace el esfuerzo por no acabarse, por seguir mirando con enrojecidos ojos de pernicioso voyerista. El mundo y Dios, claro está: mirando aquí y allá, a izquierda y derecha, encima y debajo... Por consiguiente, estamos en mora de redefinir el término voyerista... ¿Y qué es un voyerista, me preguntaría mi religiosa madre? Yo le diría que es alguien que peca y empata en tiempo pasado, viendo a los demás pecar en tiempo presente. Un voyerista es un paparazzi con la mira bien enfocada. Un pequeño dios que ha perdido en medio de la contienda sus dones naturales. Alguien que sigue pensando que Dios creó el viagra para alargar, hacia el infinito, los poderes del sexto mandamiento...