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18 ene 2013

SEXO IN VITRO




Mi flaca novia gringa me pidió hacer un trío. Lo pensé con todas mis neuronas, vivas y muertas. Traté de elaborar una excusa, de sentir la fatiga de nuestras últimas noches. Ella no se detuvo en detalles. Visitamos un bar swinger de la Zona Rosa, abajo de la Carrera Quince. La luz era verde y violeta, con fondos de neones. Todavía no me decidí a compartir sus gemidos. Algo en mi filosofía de cama me mantenía atado al esquema del macho único, de pelo en pecho y remolino en el ojal.

Volví sin mi lanzada gringa, el sábado pasado. Quería ajustar cuentas con los demonios del cuerpo, sin  el escorpión de los celos caminando sobre mi piel. A mi modo quería cerrar la brecha sexual entre Norte y Suramérica. Una mujer entrada en carnes me empujó hacia un cuarto de cojines blancos y negros, junto con dos mujeres jóvenes, una de ellas indígena y con los dientes limados. Al principio me sorprendió su facha. Pero yo había trabajado con el Ministerio de Cultura y en más de una ocasión había deseado tener algo que ver con la ejecución de políticas públicas de poblaciones vulnerables.

Pensé en las cenizas recientes de mi padre, en los mausoleos del Cementerio del Norte para cumplirle a las dos. A la indígena se le trababan los dientes, se le derramaba la saliva por las comisuras, mascullaba algo. Gritó el nombre de unos de sus dioses, alguien de pómulos de arcilla y huesos de maíz pelado. Luego puso los ojos en blanco. Su piel olía a una procesión de antorchas encendidas bajo la luna de las ranas, rumbo a una de las orejas de la tierra. 

Yo esperaba que estas muchachas tan exóticas levantaran una cartografía de sus lunares, humores, gotas de sudor. No fue así, pues se pelearon y mechonearon con ferocidad. Esa resultó ser la mejor escena. Comenzaba a excitarme cuando sonó un timbre y se encendió una intensa luz amarilla en el techo. Todavía la mestiza lloriqueó un poco, mientras trataba de abrocharse el sostén de satín, con la cara vuelta. Lucía un mordisco y sangre en el brazo izquierdo. Bajamos la escalerilla de acero inoxidable. Resonaron aplausos y chiflidos. Un poco tarde vine a descubrir que nos habían estado grabando detrás del gran espejo. Algo más cerca del sexo in vitro, que del sexo en vivo. Justo a la salida el portero negro me dio una palmadita en la espalda. Y ahora solamente espero descubrir el video colgado en internet. Entonces le voy a plantear una nueva posición política a mi flaca novia gringa.