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26 sept 2013

LA CARNE DE LAS EUROPEAS



Hay mujeres europeas que buscan ser descubiertas en América. Quiero decir, vienen a que las desnudemos. Uno les siente la respiración, la sangre arrebatada, la carne del instinto. El problema es que ellas no nos atraen. A menudo sus ojos son fríos. Sus cuerpos lucen algo pesados de civilizaciones, de filosofías, de libros de anticuario. La manera como encienden un cigarrillo nunca es festiva o hechizante, siempre es trascendental. Alguna parecería a punto de saludarnos con una frase de Kundera, un verso de Ungaretti.

En el Caribe les va mucho mejor que en las cordilleras. Los negros les adivinan la lujuria, les conocen de lejos el aroma de sudor, la terrible agitación de las feromonas. Los negros saben simular ingenuidad, primitivismo, con singular acierto. A fuerza de mesura y silencios de manos gruesas, se las llevan a la cama. O mejor, a los riscos de las playas, a los descampados de las estrellas. Después las mujercitas se despercuden, se dan una vuelta por Suramérica y regresan a sus sitios de origen, a trabajar para sus maridos y sus hijos capitalistas. No han gastado mucho dinero, han cumplido sus sueños sexuales atrasados.

Los europeos vienen por las trigueñas de todo orden. Les caen bien las negras, pero su fortaleza está en las curvas de nuestras indígenas mezcladas en múltiples direcciones. Casi que no tienen que pedirlo, pues ellas desde la primera sonrisa se dejan domesticar. Más tarde, ellos se dan una vuelta por Suramérica y retoman el sendero a sus países de origen. Nada les queda por vivir, después de esto. No han gastado mucho de la herencia que les corresponde por sangre y apellidos.

Mientras tanto, los latinos seguimos esperando. Vivimos pobres de cuerpo, alma y espíritu. Soñamos con otros modelos económicos. Hacemos el amor porque no hay nada más que hacer. Parimos hijos por defecto. Los educamos sin sexualidad. Nos da oso echarnos un polvo fuera de casa. Morimos soñando con haber nacido en Europa. No heredamos sino el rollo de gusanos bajo el mármol o el sendero industrial de la ceniza de crematorio. Y nos quedamos lamentando eternamente no haber sido desnudados por nuestras propias mujeres. Ni siquiera hemos descubierto América.