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12 ago 2014

DEL FIN DE LA PORNOGRAFÍA



La pornografía ha sabido perder su esencia por antonomasia: la clandestinidad. Hoy está en Internet, al alcance de un click. Ha perdido su lógica y sus bizarras virtudes. Ha pasado alegremente a otras formas de la comunicación humana. Los noticieros de televisión nos inundan los sentimientos con una desmedida pornografía de la violencia. Los centros comerciales, los malls, los shopping centers nos atacan el gusto y los agujeros blancos de los bolsillos con su colorida pornografía del consumo. Hoy es posible encontrar más pornografía en los avisos clasificados de empleos, que en las viejas películas suecas.

Los economistas que nos hablan del bien común, no hacen otra cosa que hacer apología de una clase perversa de pornografía monetaria, al punto de casi exigir desnudarnos hasta por debajo de la piel más oculta, sin otra bandera que la equidad social. Los abogados, que exigen justicia para sus clientes del día, nos hacen pensar en una escalofriante y peligrosa pornografía moral. Los médicos que hacen cambios de sexo, como quien respinga una nariz con anestesia local, nos remiten a una pornografía de la belleza que cada vez más se repite en las oficinas, en las filas de los buses, en las mesas de los bares. 

La mejor prueba de la muerte de la pornografía en su sentido clásico, es la manera como sus nostálgicos seguidores compran revistas viejas, películas borrosas, juguetes averiados en los mercados de los pulgas. Nadie los mira de reojo. Negocian los precios sin rubor alguno. Cualquier consumado pornógrafo del siglo XX resulta un bastardo dinosaurio al lado de los cibernautas aficionados, en los días vertiginosos que corren.

Hoy la gente joven vive la otra pornografía, la de los espacios abiertos, la que es gratuita para cada quien, la que se ha infiltrado en todas las ramas del conocimiento y los saberes humanos. Hoy somos voyeuristas en tiempo real. Todos somos pornstars en potencia, merced a las cámaras de los celulares. Todo esto se lo debemos a las TICS, pero también al fenómeno de la resignificación, de la deconstrucción, de la posmodernidad. A ese paso vamos a tener que buscar la pornografía con lupa, de preferencia en los libros religiosos antiguos. En La Biblia, en La Torah, en El Corán... ¡O, sin ir más lejos, en el espejo nublado de vapor de agua, después de la ducha mañanera!