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6 dic 2016

JINETERAS


La noticia de estos días es la muerte de Fidel Castro en Cuba. Ningún capitalista pudo matarlo, prefirió morirse él mismo de aburrimiento marcial. Uno de sus más innegables y visibles legados para el pueblo cubano es el de Las Jineteras. El curioso término ha sido acuñado para designar aquellas criaturas flacuchas, que hablan cuatro y cinco idiomas, y lucen con tristeza amplias sonrisas de marfil. Su especialidad es atender braguetas extranjeras, a contrapelo de La Revolución. 

Durante años, muchos amigos de izquierda, de aquellos de bolsillo de derecha, fueron de viaje a La Habana. Regresaron muy orgullosos de haber probado carne de Jinetera. Me relataron con prestigio de medalla de oro puro en la guerrera de Fidel, aquellos polvos inmarcesibles. Afirmaban sin vacilación que empuñar un machete al rayo del sol, cortar y cargar caña en los destartalados camiones, beber ron a pico de botella y entonar canciones de Carlos Puebla o Pablo Milanés, era el mejor homenaje a la memoria de El Che Guevara. Todo eso era parte de la excursión de fin de siglo. Y del reverdecer de la plena conciencia viva y tangible de los ideales de los pueblos latinoamericanos.

A los sufridos militantes les faltaba un pequeño bocado comunista. La clandestina actividad con Las Jineteras se reservaba para el final. A cada turista le buscaban una muchacha por las calles más deprimidas de La Habana. Se la llevaban bien caracterizada a la puerta del hotel, perfumada y vestida con un traje de colores vivos. El pago se hacía en dólares. Sobra decir que la chica estaba bien adoctrinada. Llevaba en su cabeza una cartilla, de la A a la Z, que trataba sobre los más diversos temas revolucionarios, a fin de avivar el fervor de quienes no vacilaban un segundo en pagar sus servicios. Después la pareja se alejaba hacia el malecón, lejos de las últimas bancas y los postes de la luz. Y de allí, enfilaban sin ropas entre la arena, por el sendero menos profundo, en el rumbo de una memorable lunada, mar adentro, allí donde la severa Ley de La Revolución todavía no alcanza a llegar.

Hoy la pregunta obligada es qué será de la suerte de Las Jineteras. Cuba debe tomar otro rumbo, y esas pobres chicas también, junto con el resto de los ciudadanos atrapados en la isla en ruinas. Por supuesto que las agencias de viajes van a perder una nube de clientes y toneladas de dólares en cash. Ya no será posible promocionar el sueño de Fidel o de El Che. Mucho menos atreverse a invitar, con una sonrisa torcida y por debajo del counter, a los turistas a echarse un buen polvo caribeño, dejándose llevar por la pedagogía de playa de Las Jineteras. Con la muerte de Castro se nos oculta la estrella nueva, se nos apaga el tabaco largo, se nos marchita el último ramito de laurel, de olor mohoso, de La Revolución Cubana.