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19 sept 2014

POLVO ERES


Echar un polvito. La expresión sigue de moda en pleno siglo XXI. La pregunta es de dónde salió y cómo llegó a ser asociada con "hacer el sexo". Cuenta la anónima historia que proviene de la época en que los caballeros de los siglos XVIII y XIX se retiraban a aspirar el polvo de tabaco denominado rapé. No estaba bien hacerlo en público, en los salones, enfrente de las mujeres y los menores de edad. Entonces era preciso retirarse a otro cuarto llevando en la mano la cajita labrada, para a renglón seguido surtir la magia, que en algunas ocasiones iba acompañada por alguna briosa doncella ardiente.

Andando el tiempo, el rapé dejó de ser el motivo principal. Echar un polvo acabó por adquirir un nuevo significado. Pero hoy tiene otro significado. Se refiere al sexo rápido, expreso, a la velocidad del canto del gallo, comoquiera que el tiempo histórico se ha acelerado. Hoy vivimos obsesionados por el siguiente polvo, el definitivo, el que no deje piedra sobre piedra sobre la faz de la tierra. El que nos haga justicia por toda la especie humana. La vida se nos hace polvo en ese duro trasegar, en esa búsqueda desenfrenada de la quintaesencia del menudo polvo filosofal. 

Muchas veces me he preguntado por el primer polvo de La Creación. Me refiero al ajetreo de un flaco Adán encima de la gorda Eva, inventando aquella posición bajo los intensos vapores de ozono. Adán patentando a secas los colores en espiral del primer orgasmo. Muy a pesar de mis pecados góticos literarios, sigo siendo cristiano. Y es que todavía me atrevo a dudar, con mi cerebro casi pulverizado. Me niego a seguir siendo el que soy. Me esfuerzo por maldecir a grito herido a los dioses de la lujuria, a sus uñas que se clavan puntuales en mi carne. Quisiera tener los dos sexos de los ángeles. Basta que una mujer me abra sus piernas de dientes de leche, para que desaparezca mi voluntad.

"Polvo eres, polvo serás", insiste La Biblia y lo repiten como loros los curas, mirando al trasluz. La Semana Santa pasada esa consigna golpeó varias veces en el caracol de mi oído, hasta casi dejarme sordo. Sonó llena de resonancias, como llamando a la más antigua de las penitencias posibles. Me pregunté, con todas las letras, si era que al fin mi carnadura pagana había envejecido. Gracias a Dios, junto a mi casa, al lado de la Universidad Nacional, algún ateo irredento escribió hacia la medianoche del sábado, sobre el muro blanco y en grandes letras rojas: ¡Pero entre polvo y polvo, sí que nos divertimos...!