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20 sept 2018

TATUAJES




Hay mujeres que invocan menudos palimpsestos. Uno mira con inquietud sus espaldas, sus ombligos, sus tobillos. A veces resulta necesario hablar con la propietaria acerca de su catálogo. La charla suele ser mucho más emocional y anecdótica, antes que reveladora de misterios. En el mejor de los casos, se habla de símbolos vikingos, célticos o góticos. En el peor de los casos, de nombres desteñidos de amantes caducos. Alguna vendedora de supermercado da la impresión de no tener más cerebro que el de las mariposas en blanco y negro del costado izquierdo de su cuello. Unas mariposas inacabadas, de decoración de lámpara china de baratillo de árabes. 

Otra cosa es hacer el amor con una maga de oscuridad en noche de viernes. Ella se desnuda. Así queda mejor vestida. Su sonrisa es más coherente si va acompañada de alfabetos druidas, rúnicos o quechuas. A uno no le queda más remedio que tirar las armas y el escudo. Y recorrer el trayecto a tientas, cerrando los ojos para abrirlos en inquietantes coordenadas, dejando de paso que la piel le arda entre las costuras de sus ancestros, sangre arriba, para pensar de nuevo en Rilke. Uno conquista su reflejo en los espejos cuando tiene sexo con una mujer de prodigiosos agregados de tinta en la piel. Me arriesgo a decir que muy pronto será una cultura dominante en la cama de los latinoamericanos.