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18 ene 2012

POR EL DERECHO A LA LUJURIA


Se nos conceden todos los derechos. Derecho a vivir sin dignidad, derecho a morir dignamente. Derecho a llorar a solas. Derecho a reír a carcajadas en una esquina no muy concurrida de la razón. Derecho a la educación en el barrio obrero. Derecho a dormir en la calle. Pero no el simple derecho a pensar con morbo, sentado en el bus junto a una bella quinceañera recién bañada, todavía olorosa a jabón de motel barato.

Se nos han transformado todos los lugares de la imaginación y la fantasía en un libro de delitos y penas. Pronunciar la palabra derecho ya no es referirse  a la justicia, sino mencionar una indolencia de las palabras. Retórica oficial para hablar de cosas que no necesitan tener nombre para ser citadas. Disfrutamos de todos los absurdos civiles, salvo el noble derecho a la lujuria. Lujuria del alma y del espíritu. Lujuria de la carne sobre el hueso y el temblor del nervio. 

Nuestros legisladores han olvidado concedernos el derecho a la masturbación en horas no laborales. Derecho a oler las tangas lilas de Martha en ciclo lunar. Derecho a soñar con Andrea, atada a una cama de hierro con cadenas oxidadas, por cuyas junturas rueda su sangre confundida con una blanquecina saliva de olor de queso rancio. No cabe duda que tenemos derecho a todo en esta vida, salvo el transparente derecho a pensar con el dedo gordo del pie izquierdo.