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16 jul 2014

A RITMO DE PARKINSON


Las operaciones para cambiar de género están de moda. Los travestis sin éxito, de caras feas y tacones puntilla, se hacen cortar el miembro con premura. Así consiguen más penetración de mercado. Suben las escaleras de los más afamados clubes nocturnos, compitiendo en franca lid con las mujeres. Un amigo cirujano me dice, sonriendo de oreja a oreja, que es una de las operaciones más sencillas que practica, cinco o seis veces al día. Antes de operar hombres, mi amigo era un médico sin clientela y arruinado. Estaba enfermo de Parkinson desde los 35 años. Se dejaba crecer impunemente las uñas de las manos y los pelos de la calva. Lo habían echado de cinco hospitales en línea, al punto que su mujer, una preciosa modelo jamaiquina en retiro, también lo había echado. Vivía de la consulta externa y de hacer suturas menores en chiquillos accidentados en la escuela de párvulos. Su nombre en el diploma estaba mandado a recoger.

Hoy este cirujano es una verdadera celebridad. Viaja por el mundo dictando charlas en foros y seminarios especializados. Me cuenta que esta clase de operación es adecuada para cirujanos de pulso inescrupuloso. Me refiere que no le importan las cicatrices en lo más mínimo. Por el contrario, entre más gruesas y asimétricas las suturas, más cerca de simular un sexo femenino. A ritmo de Parkinson dibuja con gracia las vulvas futuras de labios perfectos, que ni Sharon Stone o la propia Sofía Vergara. Hoy la enfermedad de este médico es su mayor virtud. Su consultorio hierve de periodistas curiosos, de clientes potenciales que vienen del extranjero, de alguno que otro cazatalentos de la televisión. Sus colegas se mueren de envidia, pero desconocen la fórmula. En palabras de este cirujano, cuyo nombre me reservo, cambiar de sexo es una opción laboral, antes que otra cosa, y ha hecho carrera en ciertos círculos sociales. Han de pasar años, antes que este círculo se cierre. También le gusta manifestar que hace una obra social, que trabaja por disminuir los indicadores de desempleo en Colombia. Lo veo encender otro cigarrillo mentolado, sin ocultar el temblor, y reírse a solas de su maravilloso secreto.