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9 ago 2016

INTELIGENCIA SEXUAL



La inteligencia sexual se impone en los países desarrollados. Los empleados hacen el amor con sus compañeras de trabajo, los jefes con sus subordinadas, las pensionadas con los choferes, los meseros de taberna con las estudiantes en vacaciones. Todos madrugan, en una juiciosa coreografía, con soles radiantes en las ventanas. Beben el café caliente, como quien repone las feromonas perdidas la noche anterior. Su PIB nacional crece, trimestre a trimestre. Los economistas de los países pobres nos mordemos los codos.

Por su parte, la economía colombiana no crece en términos reales. La culpa no es de la política publica. Ni de la balanza comercial, ni de la balanza de pagos. No es de la tasa de cambio. Ni de las tasas de interés, efectivas o nominales, anticipadas o vencidas. No es de la demanda agregada de bienes y servicios. No es de la espiral inflacionaria, ni de su impacto sobre los precios de los commodities. Lo que pasa es que desconocemos la falla geológica de nuestro ombligo. Al mismo tiempo, no acabamos de limpiar de nuestra bandera los manchones de sangre. 

Y es que por estar defendiéndonos con uñas y dientes de los ladrones de esquina, de los abogados de baranda, de los cobradores de cartera de los bancos, de la mala leche en tantos funcionarios de carrera, nos hemos quedado rezagados en los indicadores del amor. No tengo que acudir a una cita de Gary Becker o Joseph Stiglitz, a un postulado de Douglass North o John Forbes Nash, para señalar que el sexo a tasas generosas incrementa la productividad per cápita, junto con la calidad de vida de la población. Una forma de filosofía del capitalismo, que tal vez viene de Oriente. O tal vez no. 

Mi tesis de grado de economista debió haber sido sobre el sexo como factor de producción anterior a todos los factores. Para entonces, era demasiado joven, a duras penas tenía sexo con mi novia Patricia. Si teníamos para el trago, no teníamos para el motel, o para los condones sueltos. O a la inversa. Hoy me pregunto cada mañana dónde están nuestros economistas. O sus camas, en desequilibrio general. O sus parejas de agonía. O en dónde es que llevan puesto el sexo. O si carecen del mismo, como proyectos de ángeles sin referencia en las Normas APA

Hay que ver que, como en la canción de Coldplay, para los gringos el sexo es un "himno de fin de semana"Por eso exhiben de buena fe sus blancas sonrisas relucientes. La lección es clara. No basta con las inteligencias múltiples. Hay que ir más allá. Arriesgarnos a tirar con más frecuencia, a follar con cuerpo y alma, a retozar con bríos y sudores, a agotar las posiciones del Kamasutra, a enrazar con ganas de fin de mundo... Y dejar que la lujuria haga lo suyo con los indicadores económicos!