Soñaba desde chiquita con ser una gran actriz porno. Con todos los pelos y señales,
imaginaba un ejército de tipos que se trepaban sobre ella. Un mar de leva de
donceles ansiosos, en fila india. Sin necesidad de darle la cara, invadían su
piel profesionalmente. Jamás confesó ese sueño, ni a sus profesoras ni a su
madre. Así las cosas, nadie pensó en mandarla a un centro de rehabilitación, a
una iglesia de restauración o a un reformatorio de misioneras descalzas. La
primera vez que vio clandestinamente una película XXX, se le mojaron hasta las
colombinas que llevaba en el pesado bolso escolar que había puesto en su regazo.
Soñaba desde muy temprano con ser el esposo y, a la vez, el
apoderado comercial de una actriz porno. Creyó que nunca iba a llegar, pero
jamás perdió la esperanza. Se casaron por la iglesia, ella de blanco virginal,
él de negro impecable. Se juntaron el hambre con las ganas de comer. Fue ella
quien lo introdujo en el juego de damas chinas de la infidelidad a toda prueba.
Fue él quien la introdujo en el ajedrez de los tríos. Además que ella siempre
estuvo, está y estará dispuesta a probar todas las posiciones, todos los
miembros duros, todas las cataratas de espermatozoides. Cuando ella se mete en la cama con el de
turno, su marido no se hace preguntas de ninguna índole. Sabe que ella hace el
amor con él en exclusiva, en la dimensión de otra carne. Solamente quiere
preservarlo del desgaste acostumbrado, tasar su testosterona para el futuro,
custodiar la geometría de sus polvos. A ella y a su marido sólo les falta por
hacer realidad un sueño sexual, si bien no se atreven a confesarlo, por temor a
no verlo consumado jamás.
Esperanza insiste en que nunca actúa ante la cámara. Es toda una actriz preternatural. La leyenda que la rodea afirma que tiene un
clítoris garciamarquiano. Y es que ha preparado la biomecánica del cuerpo a conciencia para
afirmar su eterno voto de honesta infidelidad. Dicen quienes la conocen que
debido a la ingesta excesiva de esteroides y anabolizantes a que se sometió, el
clítoris de Esperanza casi alcanza el tamaño de un pene promedio en reposo. Desde
luego que no falta el perturbado sin oficio, el vagabundo lleno de insania, de
mala bilis inversa. No falta el abogado penalista que
quiera ser violentado en un solo movimiento concluyente por el clítoris de esta
reina latina del género, aún a riesgo de perder su virginidad litigiosa, sus dotes
forenses y su implacable idilio con Temis por el resto de sus días en prisión.