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30 sept 2011

EL HOMBRE DE SEGUNDA


Casi todo lo mío es de segunda. Me gusta comprar en los mercados de las pulgas, ejercer ese derecho espiritual. No en vano un poeta señaló que la derrota consiste en renunciar a revolcar las cenizas. Muchas cosas viejas tienen un olor superior al del incienso hindú, al de las rosas inmortalizadas, al del escote sudoroso de la cajera del supermercado cuando las puertas están a punto de cerrar y uno es el cliente del final de la cola.

¿Y acaso no son los subrayados la cualidad más importante de un libro de segunda? ¿No es más fácil leerlo en virtud de esas gratuitas claves ajenas? Baudelaire en hojas que se desprenden del lomo resulta más auténtico, más fiel a su posición estética. Y de paso, el gran Pollock es mejor que Pollock. Muchas veces he pensado que quizás el espacio que mejor me nombra es la gabardina de un detective muerto a tiros una noche de jueves. O una bufanda de un estudiante de filosofía que decidió deshacerse de ella, para no tener que colgarse del tubo de la ducha en el cuarto de baño.

Me gusta combinar esos legados de lo viejo con lo nuevo, lo conocido con lo menos conocido, en un rito con donaire teatral. Balanceo sin mucho criterio sus colores, texturas y aromas. No huyo del alarido de la moda que ha sabido caducar, lo acojo sobre mis huesos de ciertos calendarios. Después de todo, ya no soy el orgullo de mi gimnasio entre semana, mucho menos una escultura de piezas intercambiables abandonada en un garaje. 

Y otra cosa: la ropa de segunda tiene otra inmensa ventaja frente a la ropa nueva, de etiqueta con código de barras y precio por las nubes. Ocurre que uno se siente renovado, más dueño de sí mismo, lleno de libertad y frescura. Más confiado en sus dotes carnales. Una primera cita con ropa de segunda siempre me ha dado buenos frutos en el corto plazo... Al fin y al cabo, mis formas fantásticas de soñar siguen siendo las de un hombre de primera!