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8 abr 2014

UNA ABERRACIÓN MENOR


Mi ex-mujer tenía un gato. No podía dormir sin él. Juntos veían televisión en la oscuridad. En especial, los reality shows. Su favorito era El Desafío, ya en la novena temporada. Al principio no sospeché nada extraño. Las mujeres aman los gatos, de veras que son un poco felinas de nacimiento. Cuando nos encontrábamos en la cama, el animal estaba junto a Alejandra. Ronroneaba sin aplomo, enajenado por sus perfumes de mujer. Yo lo echaba lejos de dos gritos y una palmada certera en los cuadriles. Después ella me restringuía el sexo y las caricias. Una noche no tuve más opción que admitirlo con nosotros. Empezaba a sentirme domesticado.

Lo siguiente que sucedió, fue que un viernes de verano mi mujer se levantó de la cama, lo alzó tomándolo por las falsas costillas, lo puso de patitas en el corredor. Cerró la puerta, al tiempo que dejaba la ventana abierta con mucho disimulo. No alcancé a entrever la conspiración, porque me quedé sin aire al ver su nueva lencería blanca, de viuda en segundas bodas. Ya estaba a punto de venirme, encima de ella, cuando alguien suspiró detrás de mí. Volví a mirar, con el orgasmo en un hilo. Me encontré con un par de pupilas amarillas, verticales. No pestañeó. Casi me muerde. En ese preciso momento, ella se vino. La oí gemir en mi oreja como nunca antes. La sangre se me subió a la cara, la mirada se me llenó de millones de estrellas de colores. Me sentía más traicionado por el felino Mathías, que por la propia Alejandra.

Yo tenía que darme las mañas de acabar con el gato. Una madrugada de lunes lo vi en la ventana y lo empujé. ¡Qué problema después explicarle a ella la ausencia definitiva del animal! Pero bueno, podíamos hacer el amor de manera picaresca, sin testigos gratis. Ya no existía. Hasta la última oportunidad en que tuvimos sexo, ella seguía esperando a su gato en el apartamento 801. Allá debe estar esperándolo en la penumbra, al lujurioso Mathías. Ahora me veo a gatas para encontrar una mujer bonita y sin mascotas.