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4 oct 2016

UNA ACTRIZ SE PREPARA!


Hacer el amor con una actriz profesional es siempre una buena experiencia. Ellas no fingen, actúan para ser de nuevo ellas mismas. En ese sentido, son mujeres muy honestas, transparentes, que respiran una clase peculiar de filosofía sexual por los poros. En cada polvo bien sudado, son ellas mismas, posesionadas en la dimensión de la memoria del cuerpo. Sus palabras, gestos y silencios saben muy bien la metodología dramatúrgica de Meyerhold, de Stanislawski, de Brecht, de Grotowski. Ellas conocen la A y la Z, por lo cuadradas y lo redondas. 

Confieso sin rubor que fui novio de Antonella, la famosa actriz del Teatro La Candelaria. Antonella jadeaba como loca, pero no gozando el sexo conmigo, sino practicando para la obra de teatro en que estaba trabajando. Cuando yo le preguntaba qué era eso, me respondía que tenía que ver con sus altos estudios en artes escénicas. Practicaba en casa, tal como los bailarines cuentan los pasos ensayando en su habitación. Su cuerpo era habitado por un tercero, de orden metafísico. Mi vagina es otra, decía con convicción, muy distinta y distante, desde que viajé a París a hacer mi doctorado. Es un novum organum, remató la última vez que se lo pregunté, girando sobre su costado de la almohada para empezar a dormir a pierna suelta. Esa noche casi no pude pegar pestaña. Poco a poco sus fantasmas actorales me sacaron de la cama. El problema estaba en que yo tenía que pagar los servicios públicos, además del arriendo de la cochera dúplex en que vivíamos, a la que el dueño, un chileno de sonrisa de reality show gringo, le llamaba pomposamente apartaestudio.

Hasta aquí llego por hoy. No quiero citar mas a la pequeña Antonella en la numerosa oscuridad de mi lecho. Ya es suficiente afirmar que llegué a confundir sus textos dramáticos con las palabras de la vida diaria. Baste decir que la recuerdo tanto, tanto en mi soledad de monólogo beckettiano, que justamente hoy su respiración me ha servido como conector entre un párrafo y otro. No quiero hablar ni pensar en polvos con actrices, en puestas en escena de máscaras blancas y retóricas del silencio, en esta tarde de martes sin júbilo. Baste una sola acotación, para cerrar. Acaso lo más emocionante y memorable de las actrices es la manera como se alejan en perspectiva de su propio cuerpo, como te poseen y se dejan poseer en el más perfecto extrañamiento, en aparente contravía de la monogamia de la pareja convencional. No son infieles, por una vulgar consigna de la carne. Son fielmente infieles, en medio de su vasto juego teatral, heredero de Electra y de Safo, de Edipo y de Menelao, el pobre y sufrido esposo de Helena...