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8 may 2014

SE BUSCA UNA NEGRA


Nunca he hecho el amor con una negra. Ganas no me han faltado, pero un sino trágico se impone. Les he cogido tanto miedo como a las mariposas pardas que se apostan en los marcos de las puertas y las ventanas, y que según las abuelas anuncian un muerto en casa. Entiendo que no soy el único. Mi amigo Alejandro, quien además es costeño y conquistador, me confiesa que nunca ha estado con una negra. Quizás por eso, el viernes pasado fuimos a buscar un par de negras, como buscando los orígenes.

Fuimos a una discoteca de Terraza Pasteur. Alejandro invitó un par de chicas a la mesa. Vinieron y se sentaron sin decir palabra. Traían dos sonrisas blancas, unánimes, que parecían iluminar la oscuridad, entre rosa y magenta. Bailé con la más espigada, si bien al final me quedé con la bajita, la más morocha, la más ardiente. A eso de la una y media de la mañana decidimos salir al mundo, ebrios de ron blanco.

En el viejo motel se había ido la luz. Para colmo, extravié mis anteojos. La negra se desnudó y por un momento no supe dónde se había metido. La encontré a tientas, palpando las sábanas. Me tendí sobre ella y fue entonces cuando un trozo de techo se desprendió y me cayó en la cabeza. Sentí la sangre rodar. Creí ver una mariposa parda aleteando en mi entrecejo. La negra me acarició la cabeza y se embadurnó ceremonialmente los labios. Me levanté y busqué el agua de la ducha. Allí sané la herida, que no era sino un rasguño. Alguien silbaba una canción de moda en la calle.

Cuando salí del baño, envuelto en una toalla, la negra estaba dormida. Súbitamente la negra alta apareció como de la nada. Le pregunté qué diablos pasaba y me dijo que Alejandro la había abandonado  en el cuarto vecino. Había huído, haciéndose el borracho. Me preguntaron si quería hacerlo con las dos. Les dije que no. Sus francas sonrisas se apagaron. Nunca supe cuál de las dos podía oler a sudor de elefante de verano, a bostezo de tigre en noche de luna. Recordé, sin proponérmelo, aquel odioso chiste según el cual las blancas salen en Playboy y las negras en National Geographic. Salimos y dividimos los caminos. Ellas con rumbo norte, yo hacia el sur. Me gritaron hijo de puta y otras mil cosas. Cuadras abajo, todavía retumbaban sus gritos. Tal vez deba agregar que no soy antropólogo, sino licenciado en historia y lengua castellana.