Por
un solo día me quiero convertir en la voz de los colombianos que tienen los
labios cosidos con hilo negro, de cáñamo de hechizo de santería. Tenemos que hacer
la revolución, de una vez por todas. Y reclamarle a esta mujer una obra de
caridad por su patria de sangre. Viéndola en Modern Family, me niego a creer
que Sofía pueda haber nacido en un país con tan alta tasa de desnutrición. Sus dramáticos pechos llenan la pantalla, a pesar de ser esa
una serie de humor gringo, tan descafeinado y tan deslactosado como siempre.
Sofía ayuda a equilibrar, por sí misma, el elenco y el set, donde hasta las carcajadas
son de cartón piedra y color pastel.
Mis
labios se resecan cada vez que leo los títulos iniciales del programa. Me
duelen los dientes desde la raíz, me pesan las rodillas. Siento la falta del
calcio en todos estos años, desde que mi madre me pasó a la leche de tarro. Padezco
el síndrome de Peter Pan. Curiosamente, la bella barranquillera no es perfecta.
Otras son 90 y 60 y 90. Otras son nada más que lobas de dientes de calavera de
manufactura china, sin gota de raza caribeña en un ADN de tan mezquino pasado
común. Otras son bellezas estándar de tira cómica, flacuchas de viacrucis
forzado, de coyunturas de pena, de cabellos como hilos de telarañas. Ninguna
está domesticada en mis instantes cifrados.
Vuelvo
a Sofía de mi campanilla de Pavlov. Creo que debería abanderar un comercial de
leche Klim, haciendo cada letra equilibrio entre sus ángulos menos turgentes y
la molécula más excéntrica de mi ácido péptico. Bastaría una visión de sus dos incisivos,
de duro calcio, en horario Triple A para ayudar a dormir a medio Macondo, al
margen de tanta publicidad política. Siempre soñé con entrevistar a García
Márquez para indagarle por sus orgasmos primitivos con negras. Hoy me
conformaría con sacarle a esta hija de Barranquilla sus minuciosas verdades
sobre el nacimiento de los capullos de sus senos, hasta que tuvo plena
conciencia que desbordaron el escote de flores rojas, amarillas y verdeazules, y
se llenaron de picoteos de miles de estrellas. Quizás el 2013 sea el año de
cumplir ese sueño, de regenerar mi confianza, no en mis dotes de periodista de
azar y de ocasión, sino en mis hipos de bebé soñoliento.