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17 jul 2011

ARTE DE SER MEDIOCRE





Me han dicho mil y un veces que soy mediocre. Profesor mediocre, economista mediocre, escritor mediocre. Amante mediocre. No es que me guste, tampoco es que estén equivocados. La vez que mi madre me llamó mediocre en tres ocasiones consecutivas, sentí que me estaba imponiendo un secreto de familia. No un estigma. Casi una condecoración, una responsabilidad de marca mayor. Porque ser mediocre es vivir lo particular, antes que lo universal. Ser mediocre es atreverse a mirar el sol de mediodía con los mismos ojos de anoche. Ser mediocre es no dejar de soñar despierto. Y además preguntarse en voz alta si alguien más sueña a tu lado.

Ser mediocre es un arte difícil. Ser mediocre es algo parecido a dejarse echar de un empleo como un perro. Ser mediocre es no estar ni atrás ni adelante. Es hacer esfuerzos, jadear sin sudar. En un mundo en el cual todos están llamados a ser exitosos, ser mediocre es casi un apostolado. Una transparencia a toda prueba. Pero hay una forma peor de ser mediocre, o más sublime. Consiste en ver pasar a la mujer de los sueños y no decirle nada, por temor a parecer otro mediocre de la fila.

Dejemos pues que otros escalen posiciones, nosotros gocemos la vida. Hagamos de la mediocridad una bandera. Un estandarte, sin falsos heroísmos. Hay que tener sangre fría para ganarse el apelativo de mediocre sin perder la desverguenza ni el instinto. Ya en lo personal, sólo quisiera ser recordado algún día como el Ed Wood de la literatura latinoamericana. ¡Y eso ya es decir bastante!