Era el brujo favorito de Black Sabbath y, en
general, de los rockeros. Sabios de avanzada como Led Zepellin y Jimmy Page lo
vieron como su maestro. Hasta el vago de
Ozzy Osbourne le compuso una plegaria, una canción llamada Mr. Crowley. No
sobra decir que los angelicales Beatles le rindieron homenaje en la portada de
Sargent Pepper's. Aquel año vendieron más de lo que esperaban, merced a este
contrahechizo. Hoy debemos
responsabilizar a su señora madre, que alcanzó a nutrirlo con su leche
antes de morir. A esa anónima señora debemos la sangre azul, entre comillas,
del gran mago de Boleskine.
Lo que sigue es historia, material de enciclopedias temáticas. Lo que nos asalta a continuación es un buen puñado de interrogantes. ¿Hay alguien
que haya seguido su camino? ¿Quedan más opciones para los aburridos detractores de Dios?
¿En qué momento un brujo se vuelve una marca de moda? ¿Debemos desayunar con café con leche y además agradecer a Lucifer por el día
que empieza? ¿No son acaso los ángeles simples demonios enfermos de
amnesia?
Sea como sea, yo sigo hojeando su Libro de la Ley.
¡No quiero mendigar otra resma de papel en la cual imprimir mi cadáver urgente
de escritor anónimo! ¡Quiero ganar cuerpo astral de apostador de Las
Vegas! ¡Quiero la virginidad de una viuda millonaria, sin hijos y menor de cuarenta
años! Quiero suicidarme riendo a carcajadas! ¡Quiero experimentar un milagro imposible en
el Milenio de La Nueva Oscuridad!